miércoles, 11 de junio de 2008

Los poetas y el bulevar

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E l otro día me atreví a caminar por Sabana Grande desde Chacaíto hasta Plaza Venezuela. Confieso que lo hice con temor. Me habían dicho que no estaban los buhoneros pero no lo creía del todo.Los tarantines de los "informales" llegaron a formar parte del paisaje urbano de tal manera que no me podía imaginar el bulevar sin ellos.
Pero era cierto: no había buhoneros, se podía caminar. Al igual que yo, miles de caraqueños lo estaban haciendo. Para mí fue una increíble experiencia de redescubrimiento: ir mirando locales que existen desde hace muchos años, tiendas, restaurantes, pastelerías, zapaterías que habían estado prácticamente sepultados por los puestos de la economía informal.Tal vez suene exagerado pero, a medida que andaba y miraba, sentía que iba recuperando parte de mi pasado.
Pero la experiencia cumbre fue cuando redescubrí la pizzería Royal. Sin pensarlo dos veces, subí al restaurante y desde el ventanal pude observar el bulevar como en mis tiempos de estudiante universitario, cuando iba con mis compañeros a comer pizza y a tomar cerveza.
Al frente ya no se veía el gran aviso de Savoy que estuvo durante muchos años mientras fue una empresa venezolana, pero el sólo hecho de ver la gente caminando tranquilamente me produjo una gran felicidad.
Mi hijo Diego, de 18 años, que almorzaba conmigo, no lograba entender mi euforia, lo cual es comprensible pues él nunca conoció el bulevar como fue en sus años dorados sino cuando ya había sido tomado por la informalidad.Las mejores ciudades del mundo son las que tienen espacio para caminar. Porque andar es una de las habilidades más antiguas del ser humano.
Cuando me enteré de que el año pasado se vendieron 300 mil carros y no sé cuántas motos, en seguida me pregunté: ¿Y los que andamos a pie, de cuántos kilómetros de bulevares disponemos?
Para algunos, la proliferación de máquinas rodantes tal vez sea sinónimo de progreso, pero para un típico peatón caraqueño (y somos mayoría, que conste) no puede sino ser una desgracia. Significa que sufriremos más embestidas de conductores inexpertos, irresponsables y neurotizados por el tráfico, que tendremos que sortear los carros que se montan en las aceras, que estaremos a punto de que nos atropelle una moto que rueda velozmente por la acera sin que al conductor parezca importarle si se lleva por delante a quien sea. Hoy más que nunca los caraqueños necesitamos espacios para caminar.
La ciudad debería ser un solo bulevar desde Catia hasta Petare.Puedo decir, sin temor a equivocarme, que fueron los poetas quienes me enseñaron a apreciar el Bulevar. Sabana Grande, desde mis tiempos universitarios, fue escenario de mis primeras andanzas literarias, especialmente la pizzería La Vesuviana, que ya no existe, la Royal y los bares del Callejón de la Puñalada.
Y es que el Gran Café era muy caro para los estudiantes.
Por allí no era raro ver a un señor de barba blanca con sombrero, traje con chaleco y bastón: era el pintor Pascual Navarro que le regaló su nombre a la calle que baja de la Solano a la Casanova bordeando el Gran Café.
La librería Suma, que aún hoy resiste gracias al heroísmo de Raúl Betancourt, uno de los pocos verdaderos libreros que todavía quedan en Caracas, era lugar de encuentro para escritores y amantes de la literatura.
Allí conocí a Ednodio Quintero, a Manuel Caballero, a Ben Amí Fihman. A Eugenio Montejo, a Rafael Cadenas. Los poetas proliferaban en los alrededores.
El cine Radio City conservaba su esplendor de antaño en funciones continuadas de películas selectas, como por ejemplo Novecento, de Bertolucci. A la salida no era raro ver a Oswaldo Trejo, verdadero príncipe del bulevar, un aristócrata que manejaba su Volkswagen como si fuera un Rolls Royce. Otro asiduo del bulevar era Denzil Romero, a quien le gustaba sentarse a tomar cerveza con nosotros e irse sin pagar, como corresponde a todo escritor consagrado.
Si nos llegaba fragancia de habano seguro que por ahí andaba Fausto Masó, impelable de un café al aire libre, y quien ha escrito un libro sobre el bulevar en la época de su esplendor.
En La Bajada, bar de la Solano que según dicen quebró porque los poetas se iban sin pagar, conocí al Chino Valera Mora, poeta emblemático de toda una generación.
El Chino tomaba cerveza y la espuma le adornaba los bigotes, tenía la cara redonda como una cachapa y roja como una patilla por dentro, era vivaz y buen conversador y enamorado de todas las chicas, así que si ibas acompañado de una de ellas tenías que cuidarla porque te la podía quitar recitándole un poema recién escrito en una servilleta.Si mal no recuerdo, esa noche estaba allí Orlando Araujo, que escribió un libro extraordinario titulado Crónicas de caña y muerte, hoy inencontrable. Tampoco era raro ver por allí a los poetas Luis Camilo Guevara, Juan Calzadilla o a Perán Erminy.
El famoso Triángulo de Las Bermudas convocaba a los embajadores de la República del Este con Caupolicán Ovalles y sus grandes bigotes de manubrio al frente.
Pero los estudiantes universitarios de esa época no podíamos darnos el lujo de ir al Franco’s o al Vecchio Mulino a tomar whisky. Eso se lo dejábamos a los "pesos pesados" como Adriano González León, verdadero soberano de las noches bulevardescas.
Más allá, en Chacaíto, en el conjunto residencial Sans Souci, vivía el poeta Alejandro Salas con su compañera argentina Nélida, que es fotógrafa. Ambos eran exquisitos anfitriones. Alejandro, ya fallecido, era uno de esos poetas que yo llamo ubicuos, es decir, que los puedes hallar en cualquier parte de Caracas porque les gusta deambular.
No recuerdo quién dijo que la mayoría de los problemas literarios se resuelven caminando, pero tenía mucha razón.
Juro que alguna vez vi a los poetas caminando por las calles de Caracas. Hoy, muchos de los mencionados ya no están con nosotros aunque siempre espero encontrármelos a la vuelta de una esquina de este magnífico bulevar que resucitó ante nuestros ojos.
Marzo 2007

1 comentario:

gorriz57 dijo...

Veo que la entrada es antigua, por lo que no se si obtendré respuesta. Yo viví muchos años en Caracas y siempre fui un enamorado del bulevar y de su zona. Tanto es así que mi fondo de escritorio consiste en una bella foto del principio del bulevar, visto desde La Previsora ,cuya contemplación me llena de nostalgia. Pero han pasado más de veinte años y mi memoria flaquea. Si fuera usted tan amable de responderme…¿El Radio City es el que está cerca de La Previsora o el que está al final ya llegando a Chacaito? No recuerdo cual era la librería Suma, y me resulta extraño pues trabajé en el sector del libro. ¿Sería tal vez una no muy grande situada hacia la mitad del boulevard, en el lado derecho según se va a Chacaito? Gracias y un saludo de uno que dejó su corazón en Caracas.